La primera ambulancia para la atención de emergencias en salud mental circuló en Estocolmo, Suecia, en 2017. Durante su primer año de funcionamiento atendió 1.254 casos, una cifra que ya fue superada por la que circula a día de hoy en Medellín, desde marzo de 2021. En diez meses esta ambulancia había atendido de urgencia un total de 1.539 casos, la mayoría (el 54,2 %) correspondió a eventos de conducta suicida, seguido de episodios de psicosis asociados con trastornos como depresión y ansiedad (el 25,8 %).
Las cifras de prevalencia actual son reveladoras a nivel global. En América Latina, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos depresivos son la principal causa de discapacidad, añadido a que casi 100.000 personas se suicidan al año. “Cada vez tenemos más carga de enfermedad mental en el mundo”, confirma Clara Cossio Uribe, coordinadora de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad CES, “ha aumentado la prevalencia y en esa misma media las políticas públicas, los diagnósticos y los registros”. De ahí que sea probable que, aunque en épocas anteriores la carga hubiera sido igual de alta, se mantuviera un subregistro (menos casos identificados de los que había realmente).
A lo largo de la historia la “locura” ha sido una condición rechazada, cuenta el psicólogo clínico y docente universitario Juan Carlos Posada Mejía. Nadie quería tener cerca a una persona que sintiera, pensara o se comportara distinto a la mayoría; un estigma que se trasladó a quienes tenían afecciones psicológicas aunque no estuvieran “locos”. Además, agrega, hay un orgullo personal que lleva a negar el padecimiento de un trastorno, de un dolor. “Se suele pensar ‘yo no necesito de nadie, yo puedo con esto’”, pero no siempre es tan sencillo.
¿Por qué ahora se habla más?
La visibilización masiva que permiten las redes sociales e incluso el surgimiento de la pandemia ha tenido influencia en qué tanto se habla de salud mental a la fecha. El acceso a la información y a referentes está a la distancia de un clic. Además, bajo el contexto del confinamiento los estudios y análisis no cesaron.
De acuerdo con el Ministerio de Salud, durante 2020 las consultas en las líneas de salud mental aumentaron un 30 % y para entonces, señaló el viceministro de la cartera, Luis Alexander Moscoso, el estrés postraumático, la confusión, el temor a infectarse, la frustración y las pérdidas se sumaron a padecimiento históricos como la depresión, el suicidio y el consumo de sustancias psicoactivas.
Por su parte, Posada agrega que hay un factor adicional: el cambio en la cultura de atención a la niñez. El incremento de los divorcios, las problemáticas familiares y la crianza han llevado a los padres a buscar psicólogos para sus hijos, por eso el tema entre las generaciones más jóvenes es natural, “tanto así que en consulta suelen verse más individuos menores de 30 años que adultos mayores de 60”.
¿Por qué somos un país enfermo?
Los múltiples factores que influyen en los trastornos mentales pueden agruparse en dos dimensiones: la biológica y la psicológica. La primera tiene que ver con asuntos genéticos, hereditarios, por consumo de sustancias o alteraciones en los neurotransmisores. Sin embargo, aclara el psiquiatra Antonio Toro Obando, docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, tales asociaciones son en su mayoría hipótesis (aún en estudio) y señala que la salud mental no puede reducirse a un cambio o una variación de una sustancia cerebral.
Es necesario tener presente la dimensión psicológica que incluye factores sociales, culturales, económicos, rasgos en la personalidad, entorno familiar, etc, “no siempre va a haber un componente biológico, personas como tú y como yo vamos a tener conflictos emocionales, relacionales, de comunicación”, finaliza Posada.
Ahora bien, entre los factores psicológicos, el trauma (asociado a la violencia) en Colombia ocupa un papel clave, agrega Toro, no se trata de vivir una situación puntual, un hurto o un asesinato, “también es lo que vemos y escuchamos”, bien sea a través de redes sociales, por conocidos o medios de comunicación.
Según la OMS, el 22 % de las personas (dos de cada cinco) que ha vivido en zonas afectadas por el conflicto sufre de depresión, ansiedad, trastorno por estrés postraumático, esquizofrenia o trastorno bipolar.
¿Y las preguntas por la vida?
Hay dos cuestiones más que tienden a referenciarse en las consultas. La primera es la soledad, explica Posada, pues hay una dificultad latente para establecer vínculos. Ahora, dice, estos suelen ser superficiales, fundamentados solo en el encuentro sexual y basados en una desesperanza aprendida (condición que implica tomar una actitud pasiva ante las situaciones adversas) asociada a la depresión y el pesimismo frente al futuro.
La segunda tiene que ver con la insatisfacción con el presente, sobre todo a nivel laboral, lo que genera crisis fundamentadas en ideas que pueden ser nocivas como la búsqueda de prestigio.
Para este punto, señala el filósofo Byung-Chul Han en su artículo Teletrabajo, ‘zoom’ y depresión escrito para El País de España, la realidad actual está enmarcada en una “sociedad del rendimiento” que da paso a una “autoexplotación voluntaria” que desencadena una guerra contra uno mismo y un cansancio profundo con la vida. “Nos explotamos voluntaria y apasionadamente creyendo que nos estamos realizando. Lo que nos agota no es una coerción externa, sino el imperativo interior de tener que rendir cada vez más”.
¿Qué consecuencias hay?
Los efectos de una sociedad con fallas en su salud mental se irradian en todos los ámbitos de la vida, dice Cossio, “porque la mente no habita fuera del cuerpo, tiene una interrelación hasta con las enfermedades no psiquiátricas”. Así mismo, apunta que cuando un individuo tiene un trastorno mental todo su entorno se altera (familiar, laboral, educativo) e, incluso, en redes sociales. Es un efecto cascada.
El consumo de sustancias psicoactivas es otra consecuencia, lo que a su vez desencadena en enfermedades físicas como cirrosis (en el caso del consumo de alcohol) o cáncer de pulmón (por el consumo de tabaco y otros).
Posada alude a un cambio en la escala de valores (el amor y el respeto dejan de ser importantes para dar paso, por ejemplo, a la competitividad y la intolerancia) que genera eventos faltos de buena convivencia. “Desde el motociclista al que atropellan por impaciencia, hasta un disgusto que termina en una agresión física”, incluso también se refleja en el ambiente hostil de las redes sociales.
¿Qué pasa en redes?
Antes de responder un trino en el que lo insultan, el caricaturista Julio César González, conocido como Matador, intenta respirar profundo. A veces reflexiona, pero en otros momentos lo cogen con la “sangre caliente”. Y entonces Matador se descarga. En sus palabras, lo que siente en el fondo es un desahogo. “Después de poner a alguien en su sitio le queda a uno un fresquito porque se están confrontando otras ideas y a otras personas”, dice.
Las redes sociales no son más que un espacio de relacionamiento entre humanos, como ocurre en las cafeterías o los parques. Son nuevos entornos (virtuales) que han influido en pensar diferente aspectos como la distancia, por ejemplo: no está más cerca quién se tiene a dos metros, sino quién responde más rápido. ¿Nos convertimos en seres inmediatos?
Como en la vida física, los medios sociales digitales dan para todo. Se discute y hay peleas porque no se piensa igual sobre creencias, valores, gustos. Hay violencia porque violencia existe en todas partes y estos son un escenario más que hay que aprender a modular con la vida, el trabajo, los amigos, los espacios de diversión. Donde hay un desequilibrio, hay una dificultad, dice el psicólogo clínico Juan Gabriel Vásquez.
Para el psiquiatra Milton Murillo es falso creer que el lenguaje digital produce fuertes reacciones, y es más bien cómo se llega en ese momento al espacio. Es decir, sin generalizar, estos usuarios pueden ser personas que atraviesan por episodios de ansiedad, frustración o tristeza, y ciertas redes sociales favorecen ese desahogo.
“Desde el punto de vista neurobiológico, en el descontrol de impulsos, en la agresividad, incluso en la misma depresión y ansiedad, hay un mal funcionamiento de los neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, pero no necesariamente esta es la única causa”. Para entender mejor lo que explica Murillo: la serotonina se encarga, a grandes rasgos, de estabilizar el ánimo, mientras que la dopamina cumple la función de estabilizar la impulsividad.
También dice que las redes sociales sí funcionan para hacer catarsis: tener la capacidad de expresar una idea acompañada de una emoción, permitiendo reducir la intensidad de la tristeza o la ansiedad que se sienten producto de la frustración. En términos cotidianos es lo que se conoce como desahogo. Sin embargo, el especialista aclara que si ya se convierte en un comportamiento habitual lo indicado es buscar ayuda profesional.
El escritor y periodista español Juan Soto Ivars, autor del libro Arden las redes, se refiere a los linchamientos virtuales y a la violencia verbal en las plataformas digitales de interacción: “En la red nos comportamos como dentro del carro a la hora de insultar y amenazar, estar separados y en comunicación, sin vernos las caras en directo, nos psicopatiza”. A esta forma de pelear (con palabras en redes sociales), el escritor le ve una parte positiva. Manifiesta que la descarga en las redes sociales sirve como válvula de escape para una agresividad que, de cocerse bajo presión, acabaría estallando en la calle. “A veces nos damos en las redes los golpes que no nos damos en persona”.
¿Pero entonces dónde estaba toda esa toxicidad antes de que existiera Twitter, Facebook, Instagram y las demás? Alberto Quian, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya, dice que siempre ha existido, pero que lo que se vive actualmente pasa por la impunidad con la que se actúa y difunden mensajes de odio en las redes que han favorecido a la polarización política y social, dando como resultado unas sociedades fracturadas. “Que ‘viral’ sea la palabra más asociada a las redes sociales es una prueba clara de la naturaleza infecciosa de estos espacios virtuales para la comunicación e interacción de las masas”.
Queda algo claro: las redes sociales no son las que enferman, sino el uso que se les da. ¿Ha pensado cuántas horas del día invierte en ellas?.
¿Cómo está el acceso?
La salud mental nunca ha sido considerada una urgencia vital, dice el psicólogo Posada, de hecho a día de hoy sigue siendo un privilegio acceder a un buen servicio (una cita particular supera los $160.000) y los financiados por la EPS suelen ser difíciles de conseguir, espaciados en el tiempo y con poca duración de las sesiones. Lo ideal es recibir atención especializada, sin embargo, es posible poner en práctica algunas recomendaciones para que se cuide a sí mismo, en caso de que deba hacerlo solo. Primero, busque un estilo de vida saludable, duerma al menos ocho horas, incluya frutas y verduras en su dieta, haga ejercicio o meditación y establezca vínculos sociales. Segundo, encuentre una actividad significativa (puede ser un pasatiempo) que lo haga feliz. Tercero, preocúpese por los otros y escúchelos sin juzgar. Y cuarto, aproveche la Línea Amiga (604) 4444448 o el 123 opción Social.
Top de la mentalidad twitera:
El tuitero retuitero: es el que retuitea todas las noticias así sean fake news.
El tuitero adicto: tuitea, retuitea, da favoritos a todo y todo el día, y no es un CM.
El tuitero resentido: insulta todo lo que hagan las empresas y los ricos.
El tuitero clasista: insulta todo lo que hagan o pidan los pobres.
El tuitero neurona solitaria: no puede escribir un tuit sin insultar.
El tuitero excluyente: es el que dice: sígueme y te sigo.
El tuitero miedoso: pone en su perfil: mis opiniones personales no comprometen a la empresa donde trabajo.
El tuitero moneda de cuero: es el que no existe. No tiene avatar y su @ es lleno de números.
El tuitero bodeguero: defiende o ataca según los intereses de sus jefe. Puede tener varias cuentas moneda de cuero.
El tuitero literal: se ofende por todo. No reconoce el sarcasmo.
El tuitero fanático: defiende a su mesías y ofende a sus opositores. Le encanta balar.
El tuitero narciso: cree que sabe más que todos y que tiene la verdad de los temas.
El tuitero desubicado: responde con otros temas de los que no se habla en el tuit.
El tuitero chismoso: nunca tuitea nada y solo entra a ver los comentarios.
El tuitero indignado: se indigna hasta con un atardecer hermoso.
El tuitero burbuja: solo sigue a los que están de acuerdo con él o ella.
El tuitero feminista: es la que va a criticar esta lista porque no pusimos tuitera o tuitere.
Fuente: elcolombiano.com