Cómo se relaciona la capacidad de jugar entre pares en la primera infancia con la salud mental en la niñez

Con la pandemia, los confinamientos masivos del primer año limitaron la posibilidad de los niños de jugar con otros. Ahora, un estudio de científicos de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, encontró que los niños que aprenden a jugar bien con otros en la edad preescolar tienden a disfrutar de una mejor salud mental a medida que crecen. Los resultados del estudio aportaron la primera prueba clara de que la “capacidad de jugar con los compañeros” -es decir, de interactuar de forma lúdica exitosamente con otros niños-, tiene un efecto protector para la salud mental.

Los investigadores de la Universidad de Cambridge analizaron los datos de casi 1.700 niños, recogidos cuando tenían tres y siete años. Publicaron el estudio en la revista especializada Child Psychiatry & Human DevelopmentLos niños que tenían una mayor capacidad para jugar con sus compañeros a los tres años mostraban sistemáticamente menos signos de mala salud mental cuatro años después. Tendían a tener menos hiperactividad, los padres y los profesores informaron de menos problemas de conducta y emocionales, y eran menos propensos a meterse en peleas o desacuerdos con otros niños.

Y lo que es más importante, según los científicos, esa conexión se mantuvo en general incluso cuando los investigadores se centraron en subgrupos de niños con especial riesgo de sufrir problemas de salud mental. También se aplicó cuando consideraron otros factores de riesgo para la salud mental, como los niveles de pobreza, o los casos en los que la madre había experimentado graves trastornos psicológicos durante o inmediatamente después del embarazo.

Los resultados sugieren que dar a los niños pequeños acceso a oportunidades bien apoyadas para jugar con sus compañeros -por ejemplo, en grupos de juego dirigidos por especialistas de la primera infancia- podría ser una forma de beneficiar significativamente su salud mental a largo plazo.

La doctora Jenny Gibson, del Centro del Juego en la Educación, el Desarrollo y el Aprendizaje de la Facultad de Educación de la Universidad de Cambridge, dijo tras difundir los resultados de su estudio: “Creemos que esta conexión existe porque, a través del juego con los demás, los niños adquieren las habilidades necesarias para crear amistades sólidas cuando crecen y empiezan a ir a la escuela. Incluso si corren el riesgo de padecer una mala salud mental, esas redes de amistad suelen sacarlos adelante”.

Vicky Yiran Zhao, estudiante de doctorado y primera autora del estudio, añadió: “Lo que importa es la calidad, más que la cantidad, del juego con los compañeros. Los juegos con los compañeros que animan a los niños a colaborar, por ejemplo, o las actividades que promueven el compartir, tendrán efectos positivos”.

Los investigadores utilizaron los datos de 1.676 niños del estudio “Growing up in Australia” (Crecer en Australia), que sigue el desarrollo de los niños nacidos en Australia entre marzo de 2003 y febrero de 2004. Incluye un registro, proporcionado por los padres y cuidadores, de cómo jugaban los niños en diferentes situaciones a la edad de tres años. En ese estudio se recogen distintos tipos de juego entre pares: sencillos, imaginativos, con actividades dirigidas a un objetivo (como construir una torre con bloques) y de colaboración, como el escondite.

Estos cuatro indicadores de juego entre niños se utilizaron para crear una medida de la “capacidad de juego entre iguales”, es decir, la aptitud subyacente de un niño para relacionarse con sus compañeros de forma lúdica. Los investigadores calcularon la fuerza de la relación entre esa medida y los síntomas declarados de posibles problemas de salud mental -hiperactividad y problemas de conducta, emocionales y con los compañeros- a la edad de siete años.

Luego, los investigadores de Cambridge analizaron dos subgrupos de niños dentro de la cohorte general. Se trata de los niños con alta “reactividad” (niños que se alteran con mucha facilidad y son difíciles de calmar en la infancia), y los que tienen baja “persistencia” (niños que tienen dificultades para perseverar cuando se enfrentan a una tarea difícil). Ambos rasgos están relacionados con una mala salud mental.

En todo el conjunto de datos, los niños con una puntuación más alta en la capacidad de jugar con sus compañeros a los tres años mostraron sistemáticamente menos signos de dificultades de salud mental a los siete años. Por cada unidad de aumento en la capacidad de jugar con los compañeros a los tres años, la puntuación medida de los niños en cuanto a problemas de hiperactividad a los siete años disminuyó en un 8,4%, en los problemas de conducta bajó en un 8%, en los emocionales se redujo en un 9,8% y en los problemas con los compañeros cayó en un 14%. Esto se aplicó independientemente de posibles factores de confusión, como los niveles de pobreza y la angustia materna, y de si tenían o no abundantes oportunidades de jugar con sus hermanos y padres.

El efecto era evidente incluso entre los grupos de riesgo. En particular, entre los 270 niños de la categoría de “baja persistencia”, los que jugaban mejor con sus compañeros a los tres años tenían menos hiperactividad y menos problemas emocionales y con sus compañeros a los siete años. Esto puede deberse a que el juego con los compañeros suele obligar a los niños a resolver problemas y a enfrentarse a retos inesperados y, por tanto, aborda directamente la baja persistencia.

Los beneficios del juego con los compañeros fueron más débiles para el subgrupo de alta reactividad, posiblemente porque estos niños suelen ser ansiosos y retraídos, y están menos dispuestos a jugar con otros. Sin embargo, incluso en este grupo, un mejor juego con los compañeros a la edad de tres años estaba relacionado con una menor hiperactividad a la edad de siete años.

El vínculo consistente entre el juego entre pares y la salud mental existe probablemente porque jugar con los demás favorece el desarrollo del autocontrol emocional y de las habilidades sociocognitivas, como la capacidad de comprender y responder a los sentimientos de los demás. Estas son fundamentales para construir amistades estables y recíprocas. Ya hay pruebas sólidas que demuestran que cuando se mejoran las conexiones sociales de una persona, mejor suele ser su salud mental. En el caso de los niños, un mayor número de conexiones sociales también crea un círculo virtuoso, ya que suele dar lugar a más oportunidades de juego entre iguales.

Los investigadores sugieren que la evaluación del acceso de los niños al juego entre pares a una edad temprana podría servir para detectar a los que corren un riesgo potencial de sufrir futuros problemas de salud mental. También afirman que dar a las familias de los niños de riesgo acceso a entornos que promuevan el juego entre iguales de alta calidad, como los grupos de juego o el cuidado de grupos pequeños con cuidadores profesionales, podría ser una forma fácil y de bajo coste de reducir las posibilidades de que se produzcan problemas de salud mental más adelante.

“La oferta estándar en este momento es poner a los padres en un curso de crianza”, dijo Gibson. “Podríamos centrarnos mucho más en ofrecer a los niños mejores oportunidades para reunirse y jugar con sus compañeros -agregó. Ya existen fantásticas iniciativas en todo el país, dirigidas por profesionales que ofrecen exactamente ese servicio con un nivel muy alto. Nuestros resultados muestran lo crucial que es su trabajo, sobre todo teniendo en cuenta que los demás factores de riesgo que ponen en peligro la salud mental de los niños pueden deberse a menudo a circunstancias que escapan al control de sus padres”.

Fuente: Infobae

 

 

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